ESTAN EN LA CASA DEL SEÑOR…¿Y?

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Hace unos días, después de muchos años, entre nuevamente a una iglesia formando parte de los invitados para un bautizo. Una vez adentro, acompañado de cinco personas y comprobar que gracias a dios, no me prendí en fuego ni convulsioné al pasar por la puerta, saludamos a otro número similar de personas que ya se encontraban allí por la misma razón. La escena fue la típica de los encuentros, estrecharse la mano, uno que otro beso, sin mucho ruido ni alboroto; razón suficiente para que desde un pulpito, una voz chillona y poco audible nos dijera de manera enfática: “¡Están en la casa del Señor!” a su vez indicando que los saludos representaban una falta de respeto para el sagrado recinto, y nos invitaba a salir del lugar, para no continuar la semejante profanación e impiedad que produce el abominable acto de un saludo entre personas.


En este país formado de manera natural por hipócritas, bastaron tres minutos para que un representante de la institución católica, literalmente me sacara de la iglesia, por no tener cara de sufrimiento y entrar al sagrado recinto azotándome a latigazos. Estas personas que bajo premisas absurdas, se creen con la suficiente autoridad para sugerir a quien premiar y a quien castigar, son los mismos, si les conviene, optarían por un Dios más llevadero, algo sobornable con indulgencias, con penitencias, con arrepentimientos de última hora, alguien a quien le podamos poner en los hombros todo lo que implique alguna responsabilidad. Afortunadamente para los católicos, se pueden contar los escasos casos, pero ciertos, de monjas y sacerdotes, que forman parte de muy dignas obras sociales, paradójicamente muy alejados de iglesias, palacios arzobispales y demás parafernalia.

Ya el acto iniciado, sentado por supuesto solo a fin de evitar problemas, no recordaba lo repetitivos y segregacionistas que pueden ser los sermones. Alternando las amenazas que si haces esto y aquello, serás castigado, que de esto y lo otro, también serás castigado, con exposiciones tediosas que no tienen el mínimo interés y provecho. No sería malo que tomaran la decisión de enseñar algo. Ese algo puede ser la historia que para bien o para mal, El Cristianismo y la Iglesia Católica ha participado. Algo que explique que somos lo que somos, porque fuimos lo que fuimos. Si no quieren ahondar en los estragos laicos que ocasionaron, la manipulación de conciencias, la resistencia a la modernidad; pueden optar e ilustrarnos sobre el Renacimiento, la base intelectual de la civilización construida en Roma, los Evangelios, de cómo muy posiblemente por censura, fueron inspiración para grandes obras de arte, hagan referencias que independientemente de las creencias, las catedrales europeas son realmente museos; en fin, sin mucho esfuerzo pueden instruir un poco, y que esa media hora de misa sirva para algo más que babearnos en esos incómodos bancos “Castigo de Dios”, sálganse un poco del libreto del padre nuestro y ave maría. El pecado y la salvación son cosas de cada quien, cada cual con sus dioses. Pero cultura nos hace falta, y mucha.

La Tempestad, De William Shakespeare (El infierno está vacío, y todos los demonios se hallan aquí).